Una serie de experimentos de psicología social llevada a cabo por el psicólogo en la Universidad de Yale, Stanley Milgram, denominada en resumen experimento de Milgram la prueba era medir la disposición de un participante para obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando éstas pudieran entrar en conflicto con su conciencia personal.
Por medio de anuncios en un periódico de New Haven (Connecticut) se reclamaban voluntarios con el argumento del “estudio de la memoria y el aprendizaje” en Yale, por lo que se les pagaba cuatro dólares, ocultándoles que en realidad iban a participar en un investigación sobre la obediencia a la autoridad. El experimento consistía en que un investigador (V) persuade a el voluntario para que dé lo que se supone son descargas electrónicas dolorosas a S, que en realidad es un actor, explicándole al participante que tiene que hacer de maestro, y tiene que castigar con descargas eléctricas al
alumno cada vez que falle una pregunta.El fin real de la prueba era medir la buena voluntad de un participante a obedecer las órdenes de una autoridad incluso cuando éstas puedan entrar en conflicto con su conciencia personal. Se comienza dando tanto al “maestro” como al “alumno” una descarga real de 45 voltios con la consecuencia de que el “maestro” compruebe el dolor del castigo y la sensación desagradable que recibirá su “alumno”. El “maestro” cree que está dando descargas al “alumno” cuando en realidad todo es una simulación.
En el experimento original, el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga de 450 voltios, la descarga máxima, aunque muchos se sentían incómodos al hacerlo. Todo el mundo paró en cierto punto y cuestionó el experimento, algunos incluso dijeron que devolverían el dinero que les habían pagado. Ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.
El estudio posterior de los resultados y el análisis de los múltiples tests realizados a los participantes demostraron que los “maestros” con un contexto social más parecido al de su “alumno” paraban el experimento antes.
Milgram resumiría el experimento en su artículo “Los peligros de la obediencia” en 1974 escribiendo: Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.
El profesor Milgram elaboró dos teorías que explicaban sus resultados:
• La primera es la teoría del conformismo, basada en el trabajo de Solomon Asch, que describe la relación fundamental entre el grupo de referencia y la persona individual. Un sujeto que no tiene la habilidad ni el conocimiento para tomar decisiones, particularmente en una crisis, lo cual llevará la toma de decisiones al grupo y su jerarquía. El grupo es el modelo de comportamiento de la persona.
• La segunda es la teoría de la cosificación (agentic state), donde, según Milgram, la esencia de la obediencia consiste en el hecho de que una persona se mira a sí misma como un instrumento que realiza los deseos de otra persona y por lo tanto no se considera a sí mismo responsable de sus actos. Una vez que esta transformación de la percepción personal ha ocurrido en el individuo, todas las características esenciales de la obediencia ocurren. Este es el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados seguirán, obedecerán y ejecutarán órdenes e instrucciones dictadas por los superiores, con el entendimiento de que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos.
El 84% de participantes dijeron a posteriori que estaban “contentos” o “muy contentos” de haber participado en el estudio y un 15% les era indiferente (respondieron un 92% de todos los participantes). Muchos le expresaron su gratitud más adelante y Milgram recibió en varias ocasiones ofrecimientos y peticiones de ayuda de los antiguos participantes.
Seis años después del experimento (durante la Guerra de Vietnam), uno de los participantes envió una carta a Milgram explicándole por qué estaba agradecido de haber participado a pesar del estrés:
Fui un participante en 1964, y aunque creía que estaba lastimando a otra persona, no sabía en absoluto por qué lo estaba haciendo. Pocas personas se percatan cuándo actúan de acuerdo con sus propias creencias y cuándo están sometidos a la autoridad. [...] Permitir sentirme con el entendimiento de que me sujetaba a las demandas de la autoridad para hacer algo muy malo me habría asustado de mi mismo [...] Estoy completamente preparado para ir a la cárcel si no me es concedida la demanda de objetor de conciencia. De hecho, es la única vía que podría tomar para ser coherente con lo que creo. Mi única esperanza es que los miembros del jurado actúen igualmente de acuerdo con su conciencia [...]
En 1981 Tom Peters y Robert H. Waterman Jr. escribieron que el Experimento Milgram y el posterior Experimento Zimbardo en la Universidad de Stanford eran aterradores en sus implicaciones acerca del peligro que amenazaba en el lado oscuro de la naturaleza humana.
Hay una multitud de variaciones del experimento de Milgram, las más recientes sugieren que la interpretación no supone obediencia ni autoridad, sino que los participantes sufren una desolación aprendida, donde se sienten incapaces de controlar el resultado, de manera que abdican a su responsabilidad personal.
En la serie Basic Instincts se repitió el experimento Milgram en 2006, con los mismos resultados con los hombres. En un segundo experimento con mujeres se mostró que ellas eran más proclives a continuar el experimento. Un tercer experimento, con un maestro adicional para generar presión, mostró que en esta condición los participantes continuaban con el experimento hasta el final.